Entrar en contacto con nuestras emociones
Cuando aprendemos a estar en contacto con nuestras propias emociones, mejoramos profundamente nuestra vida y nuestras relaciones. Podemos elegir resistir, evadir, desconectarnos o distraernos. O también podemos optar por escuchar lo que sentimos, explorar qué necesidades hay detrás y permitir que las emociones se muevan dándonos espacio para estar donde estamos.
No es sencillo transformar la forma en la que nos relacionamos con lo que sentimos. Todos tenemos patrones muy arraigados; formas de reaccionar que aprendimos desde pequeños porque nos ayudaban a protegernos o a mantenernos vinculados a los demás.
Muchos de esos patrones esconden nuestras necesidades más auténticas para poder “encajar” en una sociedad o en un sistema familiar. Patrones que nos hicieron creer que sentir era malo, débil o “demasiado”. Que sembraron vergüenza en nuestra forma de ser, a menudo porque las generaciones anteriores tampoco supieron cómo acompañarnos y solo hicieron lo mejor que podían.
Hoy sabemos más sobre la importancia de relacionarnos con nuestras emociones. No solo impactan en nuestra salud mental: también en la física, en la calidad de nuestros vínculos y en nuestra capacidad de crecer y desarrollar resiliencia.
Somos seres profundamente emocionales. Es a través de las emociones que experimentamos la vida, que nos mantenemos conectados a otros y que nuestro cuerpo intenta protegernos y sostenernos.
Por eso es vital aprender a habitarlas, especialmente las difíciles. Estar con las sensaciones sin juzgarlas, reconocer que no somos lo mismo que lo que sentimos en un momento dado, y dejar de intentar resolver siempre el dolor solo desde la mente.